Claudina se dio cuenta de que, en su situación social, no podrían gestarse comunidades fraternas mientras los hombres no rechazaran todo aquello que permanentemente los separaba y los llevaba a enfrentarse. Este clima de sospecha, enemistad y desconfianza era consecuencia de la idolatría que intentaba reemplazar a Dios por realidades engañosas y efímeras como el poder, el honor y la venganza, realidades que casi imperceptiblemente se convertían en falsos dioses en aquella sociedad. El desconocimiento o desprecio general del verdadero Dios fue lo que hizo que Claudina se descubriera enviada para ser testigo del Dios que, por su bondad, se manifiesta creando comunidad. De aquí que tuviera un único deseo: comunicar ese entendimiento de Dios que le había sido revelado.
Claudina entendió que Dios es amor y gratuidad, y percibió que sólo encontrándose con este Dios el hombre podía hallar una fuerza mayor que la del egoísmo y la de la crueldad para liberarse de ellos y dar una nueva orientación a su vida. Es decir, Claudina captó que los hombres y las mujeres de su tiempo sólo serían capaces de desterrar el odio y el resentimiento en la medida en que escucharan la palabra del Dios de bondad en sus propias vidas, pues esta era la única forma de desenmascarar a los falsos dioses y abandonarlos.
Claudina contempló el Corazón de Jesús y el de María como los lugares en los que se historizó la bondad de Dios... mostraron esa bondad, siendo ellos mismos misericordiosos con todos. Y no por simple humanitarismo, sino como traducción de sus respectivas experiencias de Dios: Padre, Bondad, Perdón.[1]
Claudina entendió que el perdón es lo que aniquila la espiral de violencia, es también lo que restaura y dignifica al ser humano en su verdad más honda: ser imagen de Dios. Asimismo, lo impulsa a dar otro rumbo a su vida: aquel que termina con el mecanismo de autodestrucción y de descomposición social.
Claudina, como Jesús, no dejó que la maldad y la violencia hicieran presa de su corazón, la experiencia de la bondad de Dios la mantuvo libre de caer en todo aquello que corrompe la vida humana, la propia y la de los demás. Las actitudes que Claudina adoptó a lo largo de su vida fueron una continua e insistente llamada a la conversión y a la reconciliación, pues ella sabía que Dios era generoso para perdonar.
Claudina entendió que Dios es amor y gratuidad, y percibió que sólo encontrándose con este Dios el hombre podía hallar una fuerza mayor que la del egoísmo y la de la crueldad para liberarse de ellos y dar una nueva orientación a su vida. Es decir, Claudina captó que los hombres y las mujeres de su tiempo sólo serían capaces de desterrar el odio y el resentimiento en la medida en que escucharan la palabra del Dios de bondad en sus propias vidas, pues esta era la única forma de desenmascarar a los falsos dioses y abandonarlos.
Claudina contempló el Corazón de Jesús y el de María como los lugares en los que se historizó la bondad de Dios... mostraron esa bondad, siendo ellos mismos misericordiosos con todos. Y no por simple humanitarismo, sino como traducción de sus respectivas experiencias de Dios: Padre, Bondad, Perdón.[1]
Claudina entendió que el perdón es lo que aniquila la espiral de violencia, es también lo que restaura y dignifica al ser humano en su verdad más honda: ser imagen de Dios. Asimismo, lo impulsa a dar otro rumbo a su vida: aquel que termina con el mecanismo de autodestrucción y de descomposición social.
Claudina, como Jesús, no dejó que la maldad y la violencia hicieran presa de su corazón, la experiencia de la bondad de Dios la mantuvo libre de caer en todo aquello que corrompe la vida humana, la propia y la de los demás. Las actitudes que Claudina adoptó a lo largo de su vida fueron una continua e insistente llamada a la conversión y a la reconciliación, pues ella sabía que Dios era generoso para perdonar.
Claudina mira a su alrededor y percibe lo mismo que puede ver cualquier otra persona, sin embargo, a partir de su experiencia de Dios ella va aprendiendo a contemplar la realidad con hondura, a escuchar en los hechos cotidianos la palabra del Dios-Bondad, y a descubrirlo actuando en los acontecimientos turbulentos del presente. Es así que en la palabra de la humanidad, de la historia y de los pueblos escuchaba Claudina la palabra de Dios.
Cabe mencionar que esta visión contemplativa de la realidad se caracterizaba, a veces, por la valentía de ver lo que los demás no querían ver, y en otras ocasiones se distinguía por la capacidad de acercarse a la realidad con agudeza, ofreciendo una interpretación nueva.[2] Ambas formas de mirar y leer la realidad las encontramos en Claudina. Ella captó que ese Dios con el que se había encontrado no era ajeno a los acontecimientos históricos por los que atravesaban su país, su ciudad, su familia y ella misma. Por ello fue capaz de conmoverse y de mirar las miserias de su tiempo como algo que le concernía personalmente, porque Dios mismo se interesaba en ellas ya que le representaban una afrenta y desdecían su misericordia y justicia.
[1] Cf. Leonardo Boff, Testigos de Dios en el corazón del mundo, Publicaciones Claretianas, Madrid 1985, 93
[2] Cf. José Luis Sicre Diaz, Profetismo en Israel, Verbo Divino, Estella (Navarra) 1992, 107s.
1 comentario:
me ayudo esta informacion para mi trabajo q bueno
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